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viernes, 2 de marzo de 2012

San José: un ejemplo a seguir




El pasado 19 de marzo con júbilo celebramos la fiesta de San José castísimo esposo de la Santísima Virgen María y custodio de la Sagrada Familia.
José de Nazaret, fue un humilde carpintero, según nos lo describe la tradición de la Iglesia, de la familia de los nazareos, de la estirpe del Rey David a quien Dios Padre escogió para desposarse

con la Virgen María, Madre del Salvador.

Recordemos, algo de la historia que tanto la Tradición de nuestra Iglesia como las Escrituras nos cuentan sobre San José. Habremos primero entonces de relatar cómo San José de manera sobrenatural se desposa con la virginal María, no olvidemos que la ceremonia nupcial judía, se realizaba en dos momentos; los esponsales o promesa de matrimonio, mediante la cual los novios se prometían matrimonio y una vez que era entregada la dote, se celebraban las nupcias, mediante las cuales, la novia se iba a vivir a casa del novio, su futuro esposo.
María, estaba consagrada al templo, y como toda virgen, era candidata perfecta para ser la Madre del Mesías, el Salvador. Además a María, le adornaban una serie de cualidades personales, que desde luego la hacían destacar de entre las demás jovencitas de su condición. Esto hizo ver a los sacerdotes de su tiempo y Ana de Fanuel, llamada “Ana la Profetiza” por la misma Escritura, que María debía desposarse para así poder estar en condiciones de ser la Madre del Cristo, del Mesías Prometido.

Todo apuntaba a que el candidato a desposarse con tan distinguida y virginal joven debía ser elegido de entre muchos, no por voluntad o designio humano, sino por designio divino, y así fue como a todos los candidatos se les repartió una barita sin florecer, para que entonces Dios obrara el prodigio: a quien la barita le floreciera ese sería el elegido para desposarse con María.

Así fue como en San José se vio de inmediato la voluntad del Padre, fue a él y solo a él a quien la barita le floreció en una hermosa flor, al mostrarla ante los sacerdotes del templo, a nadie quedó duda, de la manifestación de la Voluntad de Dios.
San José, no solo en ese acontecimiento, sino a lo largo de toda su vida, vivió de una profunda fe, esto nos lo deja ver la Sagrada Escritura, ya que los Evangelios nos cuentan cómo a pesar de ver que María se encontraba embarazada, decide en secreto repudiarla, para no condenarla a ser lapidada como la Ley Mosáica lo establecía. Al punto de marcharse, San José es detenido en sueños por el Ángel de Dios, quien le hace saber que el niño que María lleva en las entrañas es obra del Espíritu Santo y que deberá acoger a María sin temor alguno.
Con sólida fe, San José no titubea frente al mandato del Altísimo y acoge a María como su esposa, con obediencia inmediata sin cuestionamiento alguno no solamente en esa ocasión, sino cuando de nuevo el Ángel del Señor se le presenta en sueños para advertirle que el Rey Herodes quiere matar al niño.
De la misma manera, y con fe ciega pero pronta en obediencia, toma al niño y a su Madre para huir a Egipto, lejos del alcance de tan cruel y soberbio Rey, salvando heroicamente al más grande tesoro que el Padre haya puesto sobre la tierra; a la Sagrada Familia.

A San José se le conoce como al Patrono de la vida interior y de la buena muerte, ya que en la convivencia diaria con José, en el silencio del anonimato, Jesús aprendió de San José, lo que todos los hijos aprenden de sus padres, desde los primeros balbuceos y los primeros pasos, hasta su oficio de carpintero, su forma de conducirse frente a la vida y su inmenso amor por María.

Jesús y María, con su ejemplo en Nazaret, nos invitan a recurrir a San José. Su conducta es modelo de lo que debe ser la nuestra. Imaginemos con qué frecuencia, amor y veneración acudían a él María y Jesús y recibían de él todos sus servicios y entrega. Entonces con qué seguridad y confianza hemos nosotros también de implorarle su poderosa ayuda e intercesión en las pruebas espirituales y las pruebas de nuestra vida.

Cuando nos lleguemos a José para implorar su auxilio, no titubeemos ni temamos, sino tengamos fe firme, como él la tuvo, de que tales ruegos han de ser escuchados, ya que le deben ser gratísimos a Jesús y a la “Reina de los Ángeles", Nuestra Señora.

Tengamos presente que después de Dios, Jesús y María a nadie amaron más que a San José, su padre y su esposo, quien les ayudó y protegió, de las adversidades de esta vida. ¿Quién puede imaginar la eficacia de la súplica dirigida por José a la Virgen su esposa, en cuyas manos el Señor ha depositado todas las gracias? De aquí la comparación que se complacen en repetir algunos autores de libros sobre la vida espiritual: Así como Cristo es el mediador único ante el Padre, y el camino para llegar a Cristo es María, su Madre, así el camino seguro para llegar a María es San José; de José a María, de María a Cristo y de Cristo al Padre.

El Cuarto Mensaje de la Virgen del Rosario del Pozo, nos propone un Plan de Crecimiento Espiritual para así alcanzar la plenitud, Ella misma nos dice que este Plan de Perfección consiste en “Imitar a su Amadísimo Hijo”, de la misma forma debemos meditar en la obediencia perfecta, respeto y devoción que como hijo, Jesús le dio a su padre y custodio sobre la tierra, a San José, y con esta misma devoción, humildad y obediencia, acudamos a nuestro Padre Dios en el cumplimiento de su Santa y Divina Voluntad, para así alcanzar la santidad a la que todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados.

Himno


Llamando a trabajo al mundo

La aurora de la mañana,

Saluda al son del martillo

La casa nazaretana.


Salve, padre de familia,

De cuyas manos sudadas

El Artífice divino Copió labor artesana.


Reinando en la cumbre del cielo

Junto a tu esposa sin mácula,

Oye a tus fieles devotos

Sumergidos en desgracias.


Quita violencias y engaños

Y hurtos al pobre en ganancias,

Baste a todos el vivir

Con una sencilla holganza.


Por ti, José, Dios altísimo

Dirija nuestras pisadas

En paz y santa alegría

Por las sendas de la Patria.

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